miércoles, 28 de enero de 2009

una tarde.

Quisiera esta tarde divina de octubre, pasear por la orilla lejana del mar; que la arena de oro, y las aguas verdes, y los cielos puros me vieran pasar.Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, como una romana, para concordar con las grandes olas, y las rocas muertas y las anchas playas que ciñen el mar. Con el paso lento, y los ojos fríos, y la boca muda, dejarme llevar; ver cómo se rompen las olas azules, contra los granitos y no parpadear; ver cómo las aves rapaces se comen los peces pequeños y no despertar; pensar que pudieran las frágiles barcas hundirse en las aguas y no suspirar; ver que se adelanta, la garganta al aire, el hombre más bello, no desear amar... perder la mirada, distraídamente, perderla y que nunca la vuelva a encontrar: y, figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del mar.

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